Hay dias que me viene una tristeza
-y no es tu culpa, amor-
De qué semilla acompañante llega este barro lluvioso
Y no hay caso en forcejear
ni dirimir cuchillos -acaso los tuyos, quizás, un poco-
Es mas bien comprender qué hacía en aquel balcón
mirando el abismo de la calle y a la vecina que me advertía con su voz muda que me hiciera hacia atrás
a mis tres años y medio.
O quizá no se trate de nombrar.
Y dejar salir el barro floreciente
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