Una vez me comí el telson, el caparazón y todo
de unos bichos al mojo de ajo
y no sólo degusté un plato sino dos y unos plátanos fritos
antes de ir al mar
de ir a caminar por la orilla difuminada prenocturna
con las amigas que acababan de llegar
[Poseidón no existe]
No diré aquella noche la pasé mal
hasta vimos una película de terror.
Dormí, como se puede dormir en costa,
asaltado por múltiples espabilaciones
sudando leve junto a un cuerpo.
Hasta qué el sol secó mis ojos como a dos tazas vacías.
el regreso fue de noche y fue calmo,
la carretera con sus luces que mantienen en vilo,
Ya no cargamos gasolina.
Regresé a mi casa satisfecho en todos sentidos,
hasta quemado.
Un éxito.
Pero me fue difícil descansar a gusto,
cuando lo natural hubiera sido que el cansancio me venciera.
Más tarde, rayando el sol,
me acució el vómito y el tesnemo:
los caparazones no habían sido vencidos por mi boa constrictor
ni los telsons:
casi enteros salían los triunfantes camarones
devueltos al agua, victoriosos, reencarnantes,
en busca de su nuevo cuerpo
con todo y mi alma.
Mi valiente amiga igualmente sufría
no la venganza marina sino la apolínea
era una blonda y recta quemadura,
hasta el color crustácico.
La compadecí desde mi cuarto
[Poseidón son seres diminutos].
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